jueves, 24 de febrero de 2011

ALMENDROS


El perro que no sabía ladrar EL MAESTROCUENTACUENTOS

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La familia Aranda Alba, las ilustraciones de los niños de Infantil de cinco años del CEIP San Sebatián de La Puebla del Río –Ángela, Triana, Belén, Juan, Aurora, Ana, Mar, Lourdes, Verónica y Pedro- y la que Gianni Pegy realizó para la edición de “Cuentos para jugar”, más la música de la Palast Orchester para este cuento adaptado de Gianni Rodari. Cuento apropiado para los más pequeños donde, de los tres finales que propone Rodari, he elegido el tercero. Es más importante el final que escucharéis que convertirse en estrella de circo o tener todos los días la sopa en la escudilla.





EL PERRO QUE NO SABÍA LADRAR.
Había una vez un perro que no sabía ladrar. Era un perrillo solitario en una región sin perros. Por él no se habría dado cuenta de que le faltara algo. Los otros le decían:
-¿Pero tú no ladras? ¿No sabes que los perros ladran?
-¿Para qué?
-Ladran porque son perros. Ladran a los vagabundos de paso, a los gatos despectivos, a la luna llena…
-No digo que no, pero yo...
El perro no sabía ladrar y no sabía qué hacer para aprender. Un día un gallo le dijo:
-Haz como yo: kikirikí.
-Me parece difícil.
El perro intentó hacer lo mismo, pero sólo le salió de la boca un desmañado “keke” que hizo salir huyendo aterrorizadas a las gallinas.
Por muchos ejercicios que realizaba no progresaba. Un día que estaba ejercitándose lo vio pasar un cuco y le dio pena.
-¿Qué te pasa?
-Nada
-Entonces ¿por qué estás tan triste?
-Pues...lo que pasa...es que no consigo ladrar. Nadie me enseña.
-Si es sólo por eso, yo te enseño. Escucha bien cómo lo hago y trata de hacerlo como yo: cucú...cucú...cucú...
-Me parece fácil: cu, cu.
Al cabo de una semana ya le salía bastante bien. Estaba muy contento y pensaba: “Por fin, empiezo a ladrar de verdad. Ya no podrán volver a tomarme el pelo”.
En aquellos días llegaron al bosque muchos cazadores. Uno de ellos oyó salir de un matorral cucú...cucú..., apunta el fusil y dispara dos tiros. Por suerte los perdigones no alcanzaron al perro. De repente, se detuvo. Había oído un sonido extraño. Hacía guau, guau. Deslizándose entre los arbustos el perrito se dirigió hacia la dirección de la que procedía aquel guau, guau que, a saber por qué, hacía que le latiera el corazón bajo el pelo.
-Guau, guau.
-Vaya, otro perro.
Sabéis, era el perro de aquel cazador que había disparado.
-Hola, perro.
-Hola, perro.
-¿Sabrías explicarme lo que estás diciendo?
-¿Diciendo? Para tu conocimiento yo no digo, yo ladro.
-¿Ladras? ¿Sabes ladrar?
-Naturalmente.
-Entonces, ¿me enseñarás?
-¿No sabes ladrar?
-No.
-Mira y escucha bien. Se hace así: guau, guau...
-Guau, guau.
Dijo en seguida nuestro perrito. Y, conmovido y feliz, pensaba para sus adentros: “Al fin encontré el maestro adecuado”.
(Adaptación de un cuento de Gianni Rodari)