Yo, por cosas de la vida que no sabría explicar, siempre tenía un
libro en las manos. Para mí, la literatura fue, de hecho, el trampolín
hacia el mundo de la ficción y de la imaginación. A los cinco o seis
años veía un papel por la calle y lo cogía para leerlo, como
respondiendo a una tendencia compulsiva.
¿Tenía en la familia o entre los amigos buenos aficionados a la lectura?
No, nadie, nadie. Por casualidad, a los 10 años me llegaron a las manos las obras completas de Julio Verne y durante todo un año no hice otra cosa que leer a Julio Verne. Hice una inmersión total, no jugaba, no seguía las clases, era Julio Verne por la mañana, por la tarde y por la noche.
Primero fue Julio Verne y después vino Homero.
¿Y cómo llegó Homero?
Pues porque, entonces, todavía los sábados por la mañana había clase en los institutos y nos hacían ir a la biblioteca. Yo fui un día a la biblioteca y cogí la Odisea y luego la Ilíada y ahí empecé a leer disfrutando cada vez más de un mundo paralelo donde parecía que podías navegar libremente. Donde uno mismo, partiendo de tu realidad física y corpórea, despegaba de su cuerpo y ya solo existía ese mundo donde había una creación que te abría a unos nuevos universos, otras cosas.
Realmente, durante esos años, el poco dinero que tenía me lo gastaba en libros. Así me dediqué a comprarme uno tras otro los premios Nobel de Literatura.
¿Y el dinero?
Mi madre me preguntaba cuando le pedía dinero si lo quería para leer o para estudiar, y yo le decía: "Es lo mismo". Entonces llegó el momento en que tenías que decidir qué querías hacer en la vida y fue a los 14 o 15 años cuando me preguntó la profesora de literatura qué estaba leyendo. Le contesté que estaba leyendo Cien años de soledad, y me dijo: "Ah, curioso, ¿podrías volver dentro de dos semanas y hacer una presentación del libro ante tus compañeros?". Respondí: "claro que sí, y volví a leerlo tomando notas para hacer la presentación. Pero entonces descubrí que el placer de la lectura había desaparecido, que mi placer se había convertido en un trabajo y lo que fuera un puro disfrute sin objetivo alguno se convertía en un trabajo con un objetivo. Entonces me dije: "Prefiero leer sin tener que dar ninguna explicación, disfrutarlo simple y llanamente".
¿Tenía en la familia o entre los amigos buenos aficionados a la lectura?
No, nadie, nadie. Por casualidad, a los 10 años me llegaron a las manos las obras completas de Julio Verne y durante todo un año no hice otra cosa que leer a Julio Verne. Hice una inmersión total, no jugaba, no seguía las clases, era Julio Verne por la mañana, por la tarde y por la noche.
Primero fue Julio Verne y después vino Homero.
¿Y cómo llegó Homero?
Pues porque, entonces, todavía los sábados por la mañana había clase en los institutos y nos hacían ir a la biblioteca. Yo fui un día a la biblioteca y cogí la Odisea y luego la Ilíada y ahí empecé a leer disfrutando cada vez más de un mundo paralelo donde parecía que podías navegar libremente. Donde uno mismo, partiendo de tu realidad física y corpórea, despegaba de su cuerpo y ya solo existía ese mundo donde había una creación que te abría a unos nuevos universos, otras cosas.
Realmente, durante esos años, el poco dinero que tenía me lo gastaba en libros. Así me dediqué a comprarme uno tras otro los premios Nobel de Literatura.
¿Y el dinero?
Mi madre me preguntaba cuando le pedía dinero si lo quería para leer o para estudiar, y yo le decía: "Es lo mismo". Entonces llegó el momento en que tenías que decidir qué querías hacer en la vida y fue a los 14 o 15 años cuando me preguntó la profesora de literatura qué estaba leyendo. Le contesté que estaba leyendo Cien años de soledad, y me dijo: "Ah, curioso, ¿podrías volver dentro de dos semanas y hacer una presentación del libro ante tus compañeros?". Respondí: "claro que sí, y volví a leerlo tomando notas para hacer la presentación. Pero entonces descubrí que el placer de la lectura había desaparecido, que mi placer se había convertido en un trabajo y lo que fuera un puro disfrute sin objetivo alguno se convertía en un trabajo con un objetivo. Entonces me dije: "Prefiero leer sin tener que dar ninguna explicación, disfrutarlo simple y llanamente".
Entrevista:Vicente Todolí | ENTREVISTA | EL SENTIDO DE LA VIDA / 2
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