miércoles, 3 de agosto de 2016

sábado, 30 de julio de 2016

Cogemos el cuento. Lo abrimos. Primera página. "Érase una vez...". Segunda página. Seguimos

Cogemos el cuento. Lo abrimos. Primera página. "Érase una vez...". Segunda página. Seguimos leyendo. Un poco más deprisa porque ya es tarde y queremos acabar pronto. Última página. "Ya está. Se ha acabado". Cerramos el cuento y nos disponemos a dar un beso de "buenas noches" a nuestro hijo. Con un mohín en su cara nos dice: "Así no se cuenta". "¿Cómo que así no se cuenta?". Pues no. Francamente, deberíamos esmerarnos un poco. ¿Y si envolvemos la narración con algunos recursos expresivos? ¿Por qué no nos sumergimos en la historia y dejamos fascinado a nuestro hijo con las aventuras que le contemos? ¿Sabemos hacerlo? 
Contar un cuento a nuestro hijo es como poner en funcionamiento cientos de piezas de un precioso mecanismo. Somos incapaces de explicar cómo o por qué funciona pero nos maravilla su precisión y compás. Del mismo modo, la conexión que se establece entre un adulto que cuenta un cuento y un niño que lo escucha tiene algo de mágica, pero es difícil explicar cuál es el misterio de esa unión que se establece entre ambos.
Muchos de nosotros somos narradores en potencia y, sin embargo, nos limitamos a leer una y otra vez aquellos cuentos de los que va haciendo acopio nuestro hijo, con un entusiasmo e interés que va decayendo por las dos partes.
Posiblemente esto ocurre porque nos faltan recursos, principalmente expresivos. Porque intuimos que hay algo que va más allá del relato, pero no sabemos qué es ni cómo presentárselo a ese niño que nos mira con la cabeza ladeada, agrandando los ojos y dibujando una inmensa sonrisa, dispuesto a convertirse en héroe, aventurero o mago y esperando que seamos nosotros los que le mostremos cómo hacerlo.
En ese caso, aquí van algunos recursos que, cuando menos, mantendrán viva la ilusión y la atención de vuestro hijo. Para que la próxima vez que os pida "¿me cuentas un cuento?", sintáis que se acerca ese momento maravilloso que estabais esperando.

Conocer o aprenderse el cuento 
Antes de que nuestro hijo nos pida que le expliquemos aquel cuento de nuestra infancia que casi no recordamos, o el que le compramos hace unas semanas y que aún no hemos leído, procuremos ponernos al día y repasarlos. Es necesario transmitir un profundo conocimiento del cuento y no interrumpir la narración porque tenemos que releer el texto o detenerla porque no recordamos el final. Debemos tomarnos seriamente el cuento, por muy absurdo que parezca o por muchas repeticiones que haya y, si no nos gusta o no nos parece adecuado, intentar sustituirlo por otro. Dediquemos algunos momentos a leer alguna antología de cuentos tradicionales o leyendas (¡nunca es tarde para refrescar la memoria!) y nuestro hijo agradecerá la variedad y riqueza de cuentos que le podamos contar.

Utilizar un lenguaje adecuado 
El tipo de lenguaje empleado al contar un cuento está relacionado con la edad que tiene nuestro hijo, sin embargo, en general, se recomienda que sea un lenguaje caracterizado por la simplicidad y la claridad. Eso servirá para favorecer la comprensión de la historia y evitar el cansancio o incluso el aburrimiento por parte del niño. 
Las palabras A los niños de corta edad, es preferible contarles cuentos con un lenguaje adaptado, sustituyendo las palabras que creamos oportunas por otras más sencillas o por explicaciones, siempre y cuando no se trate de las palabras clave del cuento. Por ejemplo, si en un cuento aparece "un portón" lo sustituiremos por "una puerta muy grande"; "abalanzarse sobre" por "echarse encima de"; sin embargo, "la rueca" del cuento de La Bella Durmiente debería ser "la rueca" y no "un pincho", "una máquina para el hilo" o algo por el estilo. Tampoco debemos desaprovechar la ocasión de ampliar su conocimiento del léxico y es más fácil aprender nuevas palabras que están asociadas a algo concreto y que el niño oirá en reiteradas ocasiones, que aprenderlas de forma aislada (¿cuántas palabras no hemos "aprendido" asociadas a personajes de ficción? ¿qué nos sugiere no sólo "rueca" sino "calabaza", "gnomo", "pócima" o "hermanastra"?). Esto último es válido sobre todo a medida que el niño va haciéndose mayor y debe ir ampliando su vocabulario. 

La pausa y la entonación Podemos utilizar la pausa y la entonación para mantener el interés y la atención de nuestro hijo. Cuando nos paramos al final de una frase o entre dos palabras, estamos indicando que lo que diremos a continuación tiene un valor o significado especiales. De igual modo, un cambio de entonación indica que aparece un elemento sorpresa que afectará al desarrollo de la historia. Por ejemplo: "la princesa abrió la puerta y entonces… vio a una ¡RANA! en su habitación". O que se ofrece la solución al conflicto que se le ha planteado al protagonista de la historia. Por ejemplo: "...y después de lo que le había pasado... NUNCA MÁS VOLVIÓ A PROBAR LA SOPA".
Las descripciones Las descripciones poco detalladas permiten que el niño deje volar su imaginación. Cuando contamos un cuento, es suficiente con hacer referencia a los rasgos más destacados de los elementos significativos que intervienen en la historia. Nuestro hijo puede completar el resto con su imaginación y nuestra ayuda si es preciso. Por ejemplo es suficiente decir que la bruja es fea (y no hace falta indicar que su espalda está encorvada, que tiene una nariz aguileña, que lleva una capa negra hasta los pies, etc.), o que el castillo es muy grande (y no que tiene un torreón, un puente levadizo y trescientas ventanas). Si nuestro hijo está lo suficientemente interesado en el cuento y no se imagina aquello a lo que hacemos referencia y nos pide más información, debemos proporcionársela. Por ejemplo: - ¿Cómo era la bruja?; - Era una bruja muy vieja y muy fea, que llevaba un sombrero negro acabado en punta; vivía en el bosque en una casa de madera y tenía un gato muy malo. 


No interrumpir el desarrollo de la acción 
En ocasiones, cuando "eso" de contar cuentos no se nos da del todo mal y disfrutamos con la narración tanto o más que nuestros hijos, corremos el peligro de recrearnos en ella. Eso supone que en vez de presentar los acontecimientos uno detrás de otro, lo que da un ritmo ágil y rápido a la historia, podemos caer en la tentación de interrumpir la acción lineal para introducir acciones secundarias o descripciones detalladas de algún aspecto o personaje no significativo ni relevante para el desarrollo de la historia. Es preferible seguir el hilo de la narración, de esa manera evitaremos aburrir y confundir a nuestro hijo, sobre todo si aún es demasiado pequeño para ver la diferencia entre información principal y secundaria.

Transmitir entusiasmo 
Como en tantas otras cosas, debemos intentar transmitir entusiasmo en lo que hacemos. Es cierto que a veces nos decimos "¿y ahora tengo que contar un cuento, que ya he repetido mil veces, después de estar todo el día trabajando y llegar a casa agotado?" Y también es cierto que nuestro hijo notará ese cansancio y ese fastidio si no intentamos superar esa situación con un poco de ánimo. Es importante recordar lo positivo que resulta contar cuentos a menudo a nuestro hijo y la enorme ilusión que eso le supone, luego ¿qué hacer entonces? Podemos empezar simulando que el cuento nos interesa. Seguramente no nos daremos cuenta, pero llegará un momento en que el interés simulado se convertirá en auténtico interés y nuestro esfuerzo inicial nos facilitará la disposición de ánimo que tanto buscábamos.

Despertar interés 
Los niños, con pocas excepciones, escuchan mucho más atentamente un cuento contado que un cuento leído. Narrar un cuento permite mucha más espontaneidad que leerlo. Nuestros ojos se encuentran continuamente con los de nuestro hijo, su expresión responde a la nuestra y la relación se estrecha de manera insospechada. En ocasiones necesitamos emplear algunas estrategias para que no se rompa ese encanto o, de romperse, para restablecerlo de inmediato. La mayoría son recursos expresivos, como el uso de pausas y de la entonación, ya comentados. Sin embargo, una forma de despertar el interés de nuestro hijo es incluir su nombre en el relato y darle un papel especial e inesperado en la historia. Por ejemplo: "el lobo dejó a Caperucita en el bosque y se fue corriendo a casa de la abuela, pero por el camino se encontró con Guillermo y se dio un susto tremendo, porque Guillermo era un niño que...".

Repetir el mismo cuento 
Si tu hijo quiere que le repitas una y otra vez el mismo cuento, hazlo. A veces los niños piden que se les cuente un cuento concreto porque presenta un conflicto, un protagonista, una situación ideal, etc. que el niño tiene muy presente en ese momento, por eso aconsejamos respetar la elección que haga del cuento que quiere escuchar.
Para aquellos que quieran profundizar más en el tema, recomendamos leer a Arthur Rowshan y a Sara Cone Bryant, autores que, en sus obras, dan una serie de consejos prácticos para ser un buen narrador.
Esperamos que con estas indicaciones te animes a contar cuentos e introduzcas novedades en tus versiones. Contar un cuento siempre significa compartir momentos de placer y de alegría con tu hijo.



Elena Roger Gamir
Pedagoga

viernes, 29 de julio de 2016

jueves, 7 de julio de 2016

«Los lectores críticos deben nacer de las aulas»




«Los lectores críticos deben nacer de las aulas»
·         ENTRE LIBROS
·         Juan Mata caza las emociones entre los volúmenes de una colección ecléctica y multidisciplinar
La más dorada y esférica de las zonas residenciales de la capital acoge la casa de Juan Mata Anaya, a quien le siguen haciendo bromas por la coincidencia de su nombre y primer apellido con el de un conocido jugador de fútbol, que ahora se desempeña en el Manchester United. Sin embargo, este jienense de Torredelcampo, quien muy pronto vino a Granada con su familia en busca de la estabilidad económica que el campo no proporcionaba, tiene una ejecutoria vital en la que no necesita correr la banda para ganar y ganarse a quien con él habla de libros, su gran pasión junto con la enseñanza.
Juan Mata Anaya, en la biblioteca de su domicilio granadino. / RAMÓN L. PÉREZ
·         JOSÉ ANTONIO MUÑOZ | GRANADA


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Comenzó leyendo tebeos, cuya denominación -procedente de un epónimo propietario- explica a sus alumnos, que hoy les llaman por el apelativo inglés cómic. Aquellos TBO le abrieron las puertas de un mundo donde las novelas de acción tenían un lugar preeminente. Y la colección de Juan Mata es un inmenso campo para la acción: la suya, que le ha hecho acreedor de una biblioteca con su propio nombre en Ogíjares; la que inspiran decenas de 'juguetitos', como el elefante Elmer, repartidos por los anaqueles, reveladores de ese niño inquieto que sigue siendo, y la de novelas donde los cañones humean a ritmo de jazz, su música favorita. Con todo, la producción propia de artículos y libros sobre la etapa infantil y juvenil justifica ese contacto permanente con las nuevas generaciones, que también llenan sus clases en la Facultad de Ciencias de la Educación.
Su intención primigenia era dedicarse al estudio de la lengua -se licenció en Románicas-, pero el primer trabajo que le ofrecieron en el mundo universitario fue el de enseñar. Comenzó a impartir docencia de forma inopinadamente en la Escuela de Magisterio, y de ahí no volvió a salir. «Sigo teniendo el deseo de aprender, porque la cualidad biológica que nos ha permitido avanzar como especie es la curiosidad. Sin embargo, el sistema educativo frustra en muchas ocasiones esa cualidad. La época de estudios debiera ser la que diera satisfacción a ese impulso, pero en muchos casos, no es así», afirma. «Hay una contradicción evidente entre los discursos políticos y la realidad educativa. Ahora están de moda dos conceptos: creatividad y emprendimiento, pero, ¿cómo se entrena la creatividad cuando se implanta un modelo que tiende a repetir lo ya sabido de modo mecánico?», añade.
Círculo
Mata culpa en buena parte a Círculo de Lectores de su afán literario. «Mi madre tuvo el acierto de suscribirse, y no recuerda por qué. Ahora, muchos de los volúmenes que editaban, de forma muy cuidada por cierto, forman parte de mi biblioteca». Esas pastas duras, esas ediciones en letra grande que facilitaban la lectura, aun a costa de dividir la obra en dos volúmenes, esas sobrecubiertas sencillas pero atractivas... Y claro, la bendita 'obligación' de comprar un volumen cada dos meses, aficionan a alguien a la lectura a poco que tenga un mínimo de sensibilidad, sí o sí.
A los 13 años, eligió del catálogo «porque me gustó lo que decía la entradilla», 'Sinuhé el egipcio'. Cada una de nuestras buenas lecturas nos deja un recuerdo, y en el caso de Mata fue una palabra: trepanación. El concepto alude a la técnica quirúrgica para abrir el cerebro, y le causó, como toda la novela, una honda impresión.
Aquí empezó a crecer su biblioteca, de forma dispersa. El adjetivo no tiene en este punto una connotación negativa. «De hecho, les digo a mis alumnos que no importa si sus lecturas son centrífugas. Las preferencias literarias no tienen por qué ser lineales, hay muchos caminos para descubrir a los grandes autores». Fue su caso con 'El viejo y el mar' de Hemingway, que le aconsejó su profesor tras un fracaso creativo. «Había escrito un poema sobre el mar, y se lo enseñé. Me dijo que era malísimo. Lástima no haberlo conservado, porque, sin duda, debió ser horrible...», dice sonriendo. «Fue entonces cuando me dijo que si yo -un joven de interior-, quería conocer el mar, debía leer esta novela de Hemingway. Y aquí descubrí la buena literatura».
En definitiva, para nuestro contertulio, el gusto literario se educa a través del empírico método del ensayo y el error. «El camino hacia los libros es como el de la vida, un continuo aprendizaje». En su caso, tuvo una época de lecturas moralistas: 'La vida sale al encuentro', de Martín Vigil; 'Una chabola en Bilbao', del mismo autor; 'Edad prohibida' de Torcuato Luca de Tena... «En la adolescencia, una época donde las impresiones quedan marcadas como a fuego, estas lecturas me crearon cierta angustia vital, que con el paso del tiempo considero buena para forjar el carácter», comenta.
Ya en la Universidad, Mata se debatió entre la metaliteratura o el ensayo científico que se repasaba en la aulas y la lectura personal de los textos originales. Al respecto, opina que «muchas veces sabemos demasiado sobre lo que los expertos dicen de una obra y poco sobre la obra misma, porque o la hemos leído deprisa o ni siquiera la hemos leído». La confusión entre erudición y saber podría ser el caldo de cultivo de estos excesos. «Prefiero la interpretación personal, aunque no haga justicia al texto, a una sobreabundancia de notas a pie de página», comenta. «Lo importante es formar lectores de textos originales. La periferia llegará o no. A leer de forma crítica se debe aprender en la escuela y el instituto; los lectores críticos deben nacer de las aulas».
Entonces y ahora, Mata afirma haber descubierto a sus grandes referencias literarias sin un profesor delante. «He enriquecido mucho mi acervo bibliográfico en conversaciones de pasillo y cafetería. Los comentarios de compañeros tienen para mí un valor incluso más potente del que tienen los del aula». Defiende la importancia de los clubes o grupos de lectura, «un espacio de aprendizaje literario muy intenso, y que implica, como dijera Paul Ricoeur, un desplazamiento del eje desde el texto hacia el lector, lo que supone una revolución en el campo de la literatura».
Con esta perspectiva tan amplia, su lista de autores favoritos es igualmente extensa: Onetti, Dovstoievski, Cortázar, Borges, Joan Margarit, poesía del siglo XX... «Me inquietó mucho Alejandra Pizarnik, por lo perturbador de su lenguaje, o Wislawa Szymborska. De ahora me gusta Aurora Luque, Sánchez Rosillo, Antonio Carvajal... La poesía de hoy me parece extraordinaria». Interesado últimamente en el cerebro y las emociones, se confiesa admirado, precisamente, por los efectos de la lectura en el desarrollo cognitivo: «Hoy no solo podemos defender la lectura en abstracto; el cerebro se modifica espectacularmente cuando uno lee». Sobre su mesa, recién terminado, un ensayo de Giovanni Frazzetto, titulado 'Cómo sentimos'. Y tras esta charla, el convencimiento de habernos encontrado con un lector vocacional y un profesor sobrevenido de anchas perspectivas.


miércoles, 6 de julio de 2016

George Steiner: “Estamos matando los sueños de nuestros niños” A sus 88 años, el gran filósofo y ensayista denuncia en una lúcida entrevista que la mala educación amenaza el futuro de los jóvenes BORJA HERMOSO



George Steiner: “Estamos matando los sueños de nuestros niños”
A sus 88 años, el gran filósofo y ensayista denuncia en una lúcida entrevista que la mala educación amenaza el futuro de los jóvenes
George Steiner, en su casa en Cambridge. ANTONIO OLMOS
Primero fue un fax. Nadie respondió a la arqueológica intentona. Luego, una carta postal (sí, aquellas reliquias consistentes en un papel escrito y metido en un sobre). “No les contestará, está enfermo”, previno alguien que le conoce bien. A los pocos días llegó la respuesta. Carta por avión con el matasellos del Royal Mail y el perfil de la Reina de Inglaterra. En el encabezado ponía: Churchill College. Cambridge.
El breve texto decía así:
“Querido Señor,
El año 88 y una salud incierta. Pero su visita sería un honor. Con mis mejores deseos.
George Steiner”.
Dos meses después, el viejo profesor había dicho “sí”, poniendo provisional coto a su proverbial aversión a las entrevistas.
El catedrático de literatura comparada, el lector de latín y griego, la eminencia de Princeton, Stanford, Ginebra y Cambridge; el hijo de judíos vieneses que huyeron del nazismo primero a París y luego a Nueva York; el filósofo de las cosas del ayer, del hoy y del mañana; el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2001, el polemista y mitólogo políglota y el autor de libros capitales del pensamiento moderno, la historia y la semiótica como Errata,Nostalgia del absolutoLa idea de EuropaTolstoi o Dostoievski o La poesía del pensamiento abría a EL PAÍS las puertas de su preciosa casita de Barrow Road.


"Estoy asqueado por la educación escolar de hoy, que es una fábrica de incultos y que no respeta la memoria"


El pretexto: los dos libros que la editorial Siruela ha publicado recientemente en español. Por un ladoFragmentos, un minúsculo aunque denso compendio de algunas de las cuestiones que obsesionan al autor como la muerte y la eutanasia, la amistad y el amor, la religión y sus peligros, el poder del dinero o las difusas fronteras entre el bien y el mal. Por el otro, Un largo sábado, embriagador libro de conversaciones entre Steiner y la periodista y filóloga francesa Laure Adler.
El motivo real: hablar de lo que fuera surgiendo.
Es una mañana de lluvia en la campiña de Cambridge. Zara, la encantadora esposa de George Steiner (París, 1929), trae café y pastas. El profesor y sus 12.000 libros miran de frente al visitante.

PREGUNTA. Profesor Steiner, la primera pregunta es ¿cómo está su salud?
RESPUESTA. Oooh, muy mal, por desgracia. Tengo ya 88 años y la cosa no va bien, pero no pasa nada. He tenido y tengo mucha suerte en la vida y ahora la cosa va mal, aunque todavía paso algunos días buenos.
P. Cuando uno se siente mal… ¿es inevitable sentir nostalgia de los días felices? ¿Huye usted de la nostalgia o puede ser un refugio?
R. No, lo que uno tiene es la impresión de haber dejado de hacer muchas cosas importantes en la vida. Y de no haber comprendido del todo hasta qué punto la vejez es un problema, ese debilitamiento progresivo. Lo que me perturba más es el miedo a la demencia. A nuestro alrededor el Alzhéimer hace estragos. Así que yo, para luchar contra eso, hago todos los días unos ejercicios de memoria y de atención.
"Es un milagro que todavía exista Europa. Una civilización que extermina a sus judíos no recuperará nunca lo que fue"
P. ¿Y en qué consisten?
R. Lo que le voy a contar le va a divertir. Me levanto, voy a mi pequeño estudio de trabajo y elijo un libro, no importa cuál, al azar, y traduzco un pasaje a mis cuatro idiomas. Lo hago sobre todo para mantener la seguridad de que conservo mi carácter políglota, que es para mí lo más importante, lo que define mi trayectoria y mi trabajo. Trato de hacerlo todos los días… y desde luego parece que ayuda.
P. Inglés, francés, alemán e italiano…
R. Eso es.
P. ¿Sigue leyendo a Parménides cada mañana?
R. Parménides, claro… bueno, u otro filósofo. O un poeta. La poesía me ayuda a concentrarme, porque ayuda a aprender de memoria, y yo siempre, como profesor, he reivindicado el aprendizaje de memoria. Lo adoro. Llevo dentro de mí mucha poesía; es, cómo decirlo, las otras vidas de mi vida.
P. La poesía vive… o mejor dicho, en este mundo de hoy sobrevive. Algunos la consideran casi sospechosa.
R. Estoy asqueado por la educación escolar de hoy, que es una fábrica de incultos y que no respeta la memoria. Y que no hace nada para que los niños aprendan las cosas de memoria. El poema que vive en nosotros vive con nosotros, cambia como nosotros, y tiene que ver con una función mucho más profunda que la del cerebro. Representa la sensibilidad, la personalidad.
P. ¿Es optimista con respecto al futuro de la poesía?
R. Enormemente optimista. Vivimos una gran época de poesía, sobre todo en los jóvenes. Y escuche una cosa: muy lentamente, los medios electrónicos están empezando a retroceder. El libro tradicional vuelve, la gente lo prefiere al kindle… prefiere coger un buen libro de poesía en papel, tocarlo, olerlo, leerlo. Pero hay algo que me preocupa: los jóvenes ya no tienen tiempo… de tener tiempo. Nunca la aceleración casi mecánica de las rutinas vitales ha sido tan fuerte como hoy. Y hay que tener tiempo para buscar tiempo. Y otra cosa: no hay que tener miedo al silencio. El miedo de los niños al silencio me da miedo. Solo el silencio nos enseña a encontrar en nosotros lo esencial.
"El psicoanálisis es un lujo de la burguesía. La dignidad humana consiste en tener secretos. La idea de pagar me asquea"
P. El ruido y la prisa… ¿No cree que vivimos demasiado deprisa? Como si la vida fuera una carrera de velocidad y no una prueba de fondo… ¿No estamos educando a nuestros hijos demasiado deprisa?
R. Déjeme ensanchar esta cuestión y decirle algo: estamos matando los sueños de nuestros niños. Cuando yo era niño existía la posibilidad de cometer grandes errores. El ser humano los cometió: fascismo, nazismo, comunismo… pero si uno no puede cometer errores cuando es joven, nunca llegará a ser un ser humano completo y puro. Los errores y las esperanzas rotas nos ayudan a completar el estado adulto. Nos hemos equivocado en todo, en el fascismo y en el comunismo y, a mi juicio, también en el sionismo. Pero es mucho más importante cometer errores que intentar comprenderlo todo desde el principio y de una vez. Es dramático tener claro a los 18 años lo que has de hacer y lo que no.
P. Habla usted de la utopía y de su contrario, la dictadura de la certidumbre…
R. Muchos dicen que las utopías son idioteces. Pero en todo caso serán idioteces vitales. Un profesor que no deja a sus alumnos pensar en utopías y equivocarse es un muy mal profesor.
P. No se sabe bien por qué el error tiene tan mala prensa, pero el caso es que en estas sociedades exacerbadamente utilitarias y competitivas la tiene.
R. El error es el punto de partida de la creación. Si tenemos miedo a equivocarnos jamás podremos asumir los grandes retos, los riesgos. ¿Es que el error volverá? Es posible, es posible, hay algunos atisbos. Pero ser joven hoy no es fácil. ¿Qué les estamos dejando? Nada. Incluida Europa, que ya no tiene nada que proponerles. El dinero nunca ha gritado tan alto como ahora. El olor del dinero nos sofoca, y eso no tiene nada que ver con el capitalismo o el marxismo. Cuando yo estudiaba la gente quería ser miembro del Parlamento, funcionario público, profesor… hoy incluso el niño huele el dinero, y el único objetivo ya parece que es ser rico. Y a eso se suma el enorme desdén de los políticos hacia aquellos que no tienen dinero. Para ellos, solo somos unos pobres idiotas. Y eso Karl Marx lo vio con mucha anticipación. En cambio, ni Freud ni el psicoanálisis, con toda su capacidad de análisis de los caracteres patológicos, supieron comprender nada de todo esto.
"NO SE PUEDE NEGOCIAR CON EL ISLAM"
B. H.
En uno de los capítulos de su libro Fragmentos, recientemente editado en España, George Steiner se hace preguntas sobre la religión, incluidas las relativas a algo tan inasible para el común de los mortales como “la demostración de Dios a través de procesos científicos como la lógica modal y la metamatemática”, o el efecto demoledor de la muerte del comunismo: “El colapso del comunismo”, escribe Steiner, “ha dado un bandazo hacia una religiosidad muchas veces fanática. El fundamentalismo avanza de manera muchas veces violenta, ya sea en el Islam o en el baptismo norteamericano”. Ese juicio no es incompatible con el hecho de que George Steiner –que se considera “no religioso y sí volteriano”, admita sentir cierta “envidia” de los fundamentalistas, para quienes las sagradas escrituras son irrebatibles por su condición de “puro dictado divino”.
Sobre las relaciones entre la civilización judeocristiana y el Islam y una hipotética aspiración a puntos de encuentro, el autor del Prefacio a la Biblia hebrea se muestra rotundo: “No se puede negociar con el Islam, por dos motivos. A partir del siglo XV, el Islam rechazó la ciencia. La verdad científica no es importante para ellos. Y ahí, imposible negociar. Segundo problema: el trato a la mujer. Maltratar sistemáticamente a la mujer como hace el Islam es eliminar a la mitad de la Humanidad. Y de ahí vinieron las guerras de religión modernas que con tanta lucidez y anticipación predijo André Malraux, y creo que vienen otras, terribles”.
No obstante, Steiner se muestra extremadamente crítico con el papel jugado por las democracias occidentales, con Estados Unidos a la cabeza, en la creación de contextos de pobreza que han podido actuar como semillero suplementario de soldados de Dios: “El capitalismo, en cuanto industrialización de masas, la eliminación de las formas más primitivas de la comunidad local, la globalización sin freno… sí, tenemos una responsabilidad que asumir. A un lado de la barrera está el paraíso, al otro, el desierto, la miseria. Triste. El mundo vive hoy una desigualdad terrible de posibilidades de vida. En el tercer mundo, los niños mueren y la gente come basura. Y no hay respuestas para este fracaso, que es el de todos nosotros”.
P. No le cae muy simpático el psicoanálisis, es lo menos que pude decirse.
R. El psicoanálisis es un lujo de la burguesía. Para mí, la dignidad humana consiste en tener secretos y la idea de pagar a alguien para que escuche tus secretos e intimidades me asquea. Es como la confesión pero con cheque por medio. Es el secreto lo que nos hace fuertes, de ahí todos mis trabajos sobre Antígona, que dice: “Puede que me equivoque, pero sigo siendo yo”. De todas formas, el psicoanálisis está en plena crisis. Recuerde usted las magníficas palabras de Karl Kraus, el satirista vienés: “El psicoanálisis es la única cura que ha inventado su enfermedad”.
P. Y Sigmund Freud…
R… Freud es uno de los más grandes mitólogos de la historia. Pero es ficción. Era un novelista extraordinario.
En ese momento, George Steiner se levanta, avanza lentamente hacia su inmensa biblioteca y de dentro de un viejo volumen extrae una tarjeta de visita amarillenta escrita a mano en alemán: es una felicitación de boda de Sigmund Freud a los padres de Steiner. “Mi padre lo conoció, paseaban juntos por la orilla del río”.
P. Volvamos a la cuestión del poder del dinero. ¿Tiene usted una explicación válida desde un punto de vista filosófico de por qué en su día los electores de Italia y hoy de España decidieron y deciden llevar al poder a partidos políticos enfangados en la corrupción?
R. Porque hay una enorme abdicación de la política. La política pierde terreno en todo el mundo, la gente ya no cree en ella y eso es muy muy peligroso. Aristóteles nos dice: “Si no quieres estar en política, en el ágora pública, y prefieres quedarte en tu vida privada, luego no te quejes si los bandidos te gobiernan”.
P. La vieja pero hoy tan vigente figura del idiotes aristotélico…
R. Exacto, una figura muy actual. Bien, pues yo siento vergüenza de haber gozado de este lujo privado de estudiar y escribir y de no haber querido entrar en el ágora. Me pregunto qué va a pasar con el fenómeno de las estructuras políticas en sí mismas. Triunfan por todos lados el regionalismo, el localismo, el nacionalismo… vuelve el villorrio. Cuando uno ve que alguien como Donald Trumpes tomado en serio por la democracia más compleja del mundo, todo es posible.
P. ¿Cómo contempla una hipotética victoria de Trump?
R. No ocurrirá, Hillary ganará. Pero será una triste victoria, porque esta mujer está agotada, quemada interiormente. ¿Y qué me dice de Putin? La violencia de alguien como él parece tranquilizar a la gente que ya no cree en la política, les reconforta. Eso es porque el despotismo es lo contrario a la política.
“Si no crees en la política, no te quejes si los bandidos te gobiernan”
P. ¿Y la política y la cultura? ¿Cómo se llevan? Y otra cuestión: ¿comparte usted la sensación –muy personal y subjetiva, por otra parte- de que la cultura, entendida como ‘las artes’, está estancada, al contrario que los avances científicos, imparables?
R. A ver cómo hablamos de esto, es delicado. Estamos usted y yo en una pequeña ciudad inglesa como Cambridge en la que, desde el siglo XII, cada generación ha producido gigantes de la ciencia. Hay ahora mismo 11 premios Nobel aquí. De aquí salieron NewtonDarwin, Hawking… Para mí, el símbolo del avance imparable de las ciencias es Stephen Hawking. Apenas mueve la esquina de una de sus cejas, pero su mente nos ha llevado al extremo del universo. Ningún novelista, dramaturgo, poeta o artista, ni siquiera el mismísimoShakespeare, habría osado inventar a Stephen Hawking. Bien. Si usted y yo fuéramos científicos, el tono de nuestra charla sería distinto, sería mucho más optimista, porque hoy, cada lunes la ciencia nos descubre algo nuevo que no sabíamos el lunes pasado. En cambio –y esto que le digo es totalmente irracional, y ojalá me equivoque-, el instinto me dice que no tendremos un nuevo Shakespeare ni un Mozart ni un Beethoven ni un Miguel Ángel ni un Dante ni unCervantes el día de mañana. Pero sé que tendremos nuevos Newton, Einstein, Darwin… sin duda. Esto me asusta, porque una cultura sin grandes creaciones estéticas es una cultura empobrecida. Echamos mucho de menos a los titanes del pasado. ¡Ojalá me equivoque y el próximo Proust o el próximo Joyce estén naciendo en la casa de enfrente!
P. ¿Establece usted diferencias entre “alta” y “baja” cultura, como han hecho algunos intelectuales de renombre, visiblemente incómodos ante formas de cultura popular como los cómics, el arte urbano, el pop o el rock, a los que se llegó a poner la etiqueta de “civilización del espectáculo”?
R. Yo le digo una cosa: Shakespeare habría adorado la televisión. Habría escrito para la televisión. Y no, no hago esas distinciones. A mí lo que de verdad me entristece es que las pequeñas librerías, los teatros de barrio y las tiendas de discos cierren. Eso sí, los museos están cada día más llenos, la muchedumbre colapsa las grandes exposiciones, las salas de conciertos están llenas… así que atención, porque estos procesos son muy complejos y diversos como para establecer juicios globales. El señor Mohammed Ali era también un fenómeno estético. Era como un dios griego. Homero habría entendido a la perfección aMohammed Ali.
P. ¿Cree que asistiremos a la muerte de la cultura como contenedor de formas clásicas ya manidas y su sustitución por otras nuevas?
R. Puede… puede que esté muriendo una cultura clásica de carácter patriarcal y esté surgiendo otra de formas nuevas e intermedias, una cultura hermafrodita, bisexual, transexual y en la que desde luego la mujer contribuirá de forma muy especial a recuperar los sueños y las utopías… Por cierto, una vez más, hablando de transexuales y bisexuales… ¡Freud ni los vio venir!
"Triunfan el regionalismo, el localismo, el nacionalismo, vuelve el villorio"
P. Usted ha dicho alguna vez que se arrepentía de no haberse arriesgado a lanzarse al mundo de la creación. ¿Es una espina clavada?
R. En efecto. Hice poesía, pero me di cuenta que lo que estaba haciendo eran versos, y el verso es el mayor enemigo de la poesía. Y he dicho también –y algunos no me lo han perdonado nunca- que el más grande de los críticos es minúsculo comparado con cualquier creador. Así que hablemos claro y no nos hagamos ilusiones. Yo soy tan solo un cartero, soy Il Postino. Y estoy muy orgulloso de eso, de haber llevado el correo bien a tantos y tantos alumnos. Pero no nos hagamos ilusiones.
P. ¿Quién no le perdonó? ¿Colegas suyos de universidad?
R. Así es. Es que en la universidad hay una vanidad descomunal. Y les sienta mal que les digas claramente que son parásitos. Parásitos en la melena del león.
P. El creciente desdén político por las humanidades es desolador. Al menos en España. La filosofía, la literatura o la historia son progresivamente ninguneadas en los planes educativos.
R. En Inglaterra también pasa, aunque quedan algunas excepciones en escuelas privadas para élites. Pero el sentido de la élite es ya inaceptable en la retórica de la democracia. Si usted supiera cómo era la educación en las escuelas inglesas antes de 1914… pero es que entre agosto de 1914 y abril de 1945 unos 72 millones de hombres, mujeres y niños fueron masacrados en Europa y el oeste de Rusia. ¡Es un milagro que todavía exista Europa! Y le diré algo respecto a eso: una civilización que extermina a sus judíos no recuperará nunca lo que fue. Sé que cabrearé a unos cuantos antisemitas, pero la vida universitaria alemana nunca fue ya la misma sin esos judíos. Una civilización que mata a sus judíos está matando el futuro. Pero bueno, hoy hay 13 millones de judíos en el mundo, más que antes del Holocausto.
P. Resulta increíble, es cierto.
R. ¡Resulta escandaloso! Un magnífico escándalo.
P. Profesor Steiner, ¿qué es ser judío?
R. Un judío es un hombre que, cuando lee un libro, lo hace con un lápiz en la mano porque está seguro de que puede escribir otro mejor.
"El error es el punto de partida de la creación. Si tenemos miedo a equivocarnos, jamás podremos asumir los grandes retos"
P. ¿Cómo ve el futuro del ser humano? ¿Es optimista o pesimista?
R. El futuro… no sé. Toda profecía es simplemente memoria activa, no se puede prever nada, solo mirar en el retrovisor de la historia y contarnos historias sobre el futuro. Eso sí: habrá dos tres descubrimientos científicos en el campo de la genética que van a plantear problemas morales terriblemente complejos. Por ejemplo, ¿permitiremos que se manipulen las células del feto?
P. También será un problema moral poner freno al avance científico…
R. Exactamente. ¿Qué derecho tenemos? Yo soy, por ejemplo, firme partidario de la eutanasia. Los viejos destruimos a menudo la vida de los jóvenes que tienen que cargar con nosotros. ¡Me gustaría tanto tener el derecho de decir “Gracias, todo ha sido magnífico, ahora basta”. Eso llegará. En Holanda y en Escandinavia ya está pasando… No tenemos ya recursos para mantener en vida a tanta gente senil o demente, va contra la felicidad de mucha gente, no es justo.
P. ¿Qué momentos o hechos cree que forjaron más su forma de ser? Entiendo que tener que huir del nazismo junto a sus padres y saltar de París a Nueva York –magistralmente evocado en su libro Errata- es uno de los fundamentales teniendo en cuenta que…
R. Le diré algo que le impactará: ¡Yo le debo todo a Hitler! Mis escuelas, mis idiomas, mis lecturas, mis viajes… todo. En todos los lugares y situaciones hay cosas que aprender. Ningún lugar es aburrido si me dan una mesa, buen café y unos libros. Eso es una patria. “Nada humano me es ajeno”. ¿Por qué Heidegger es tan importante para mí? Porque nos enseña que somos los invitados de la vida. Y tenemos que aprender a ser buenos invitados. Y, como judío, tener siempre la maleta preparada y si hay que partir, partir. Y no quejarse.







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